Mtro. José Carlos Hdez. Aguilar
Especialista en Investigación Criminal
y Delincuencia Organizada.
Gran parte de la población mexicana presume por doquier que “¡Somos un pueblo muy unido!” Una nación que lucha y estrecha sus lazos de hermandad en las situaciones más caóticas; que gozamos de un defensor y ferviente nacionalismo patriótico y el que se percibe aún más en las fiestas septembrinas ¡Sí!, esas que celebramos con motivo de las conmemoraciones de la Independencia Nacional; que somos dos manos unidas cuando sobrevienen desastres naturales como incendios, temblores o inundaciones ¡Pero no amigas y amigos! Nuestro yermo entorno social, nos indica que esa jactada unión fraterna es diametralmente opuesta a aquel transitorio sentimiento (y el que, por cierto, no negamos que puede ser sincero). Seguramente nuestra postura sobre el tema cause algún estupor en nuestros lectores, pero no es la intención de un fatalismo criminológico o pesimismo literario que en nada abona en la reinstauración de la paz y el orden de nuestro país, sino en un verdadero despertar a las conciencias de quien nos honre con su amable lectura ¡Ahora veamos, porque la drasticidad en nuestra tajante aseveración!
Por principio de cuentas, no deberíamos confundir la muy seria y permanente unidad del pueblo con un temporal altruismo emergente que, como parte de la sobre existencia humana, es adyacente a la propia convivencia social desde la aparición misma del ser humano en la tierra. Por eso, desde el devenir de los tiempos todas las culturas han sido entusiastas colaboradoras en esos eventos fortuitos y de los que geográficamente, México tampoco escapa. Pero por otra parte y muy lamentablemente podemos asegurar, que nuestro país es uno de los más claros ejemplos seriales de la desunión popular; de ese egoísmo social y de una doble moralina intrínseca concomitante a ellos. Tan sólo mostremos algunos casos enunciativos, de los muchos que confirman nuestro posicionamiento:
¡No somos unidos, porque con una mano exigimos enfurecidamente que cesen la violencia y la delincuencia en las calles, pero con la otra nos volvemos coparticipes directos o indirectos de ellas! Por eso afirmamos, que no tiene derecho de quejarse un pueblo, que jubilosamente acepta migajas de sus propios verdugos a los que ingenuamente llama “amos”, porque al final sólo eso recibirá; sobras de justicia y abundancia de muerte.
¡No hay unidad social, porque al grado de la afonía, demandamos un alto a las drogas, pero disimulamos o callamos cuando sabemos que alguien de los nuestros las consume o las trafica! Volviéndonos partícipes de la inacabable impunidad y corrupción social.
¡No somos pueblo de una consolidada amalgama solidaria, porque sólo disfrutamos de nuestros éxitos personales y de nuestros seres más cercanos, menospreciando o saboteando los triunfos de las demás personas!
¡No estamos unidos, porque seguimos estigmatizando y discriminando sin piedad a las personas que piensan diferente a nosotros; a las que viven en situación de calle o discapacitadas; a las de la diversidad sexual y hasta las indígenas o de color!
¡No somos un conglomerado de unidad porque sólo criticamos a placer o sin razón, sin coadyuvar proactivamente en las trasformaciones trascendentales de nuestra sociedad!
¡Ni de broma somos una mezcla perfecta de fusión, porque hemos dejado de lado la importancia de nuestros preceptos históricos; de nuestros símbolos patrios y hasta de nuestras mágicas tradiciones ancestrales! Viviendo apresuradamente en una vorágine de progresismo y totalitarismo material sin medida.
¡Muy lejos estamos de ser un pueblo de unión, porque si así fuera no tendríamos políticos, ya no digamos corruptos, sino ridículos, mediocres y hasta corrientes! No cabe duda que “El pueblo tiene, el gobierno que se merece”. Creando así, la antítesis de una democracia desarrollada y madura.
¡No somos esa fuerza de fusión incorpórea, porque de alguna manera hemos permitido que los gobernantes nos polaricen para sus bastardos intereses, entre “Chairos” y “Fifís”! Logrando en la sociedad un encono enfurecido, que nos tiene completamente divididos y muy, muy desgastados.
¡No somos unidos, porque desde hace aproximadamente quince años, hemos consentido en muchísimos hogares mexicanos, el burdo empoderamiento de un Filiarcado sin medida, donde el control de la casa, del dinero y hasta de los padres y madres de familia, lo tienen las hijas e hijos!
¡No somos unidos! porque hemos fomentado como boomerang, un mal educado y grotesco confort de nuestros hijos e hijas, permitiéndoles no saludar a los demás; no agradecer ni pedir las cosas por favor y mucho menos, ofrecer disculpas cuando tenga que ser ¡Y ya ni hablamos de inculcarles desde pequeños, la cultura de la responsabilidad, la disciplina y la consideración por las demás personas, convirtiéndolos en hijos de cristal y nosotros, tristemente en madres de azúcar y padres de papel de china!
¡No somos una estirpe de unión, porque hacemos o solapamos conductas agresivas o delictivas dentro de cada hogar, sin imaginarnos que a la postre, esas acciones traerán terribles e imparables consecuencias sociales, que como nubarrones destructores, se volcarán sobre nosotros mismos!
¡Estamos muy lejos de ser una fuerte alianza de cohesión social, porque ya forma parte de nuestra piel y de los procesos cognoscitivos de estas nuevas generaciones, que todo sea ofensa, discriminación y extremismo, incluyendo la incómoda verdad! Lo que nos convierte en una sociedad frágil y emocionalmente pobre.
¡No somos unidos, porque de ser así, no ocuparíamos los vergonzosos primeros lugares mundiales en crímenes de odio por cuestiones de la diversidad sexual y afectiva; en feminicidios y en violencia extrema!
¡No somos un linaje de unión, porque de serlo, ya hubiéramos colaborado todas y todos de manera real y urgente en el control de la terrible pandemia del COVID-19, atendiendo al pie de la letra las indicaciones de los expertos de la salud y no estar jugando “¡A las y los valientes!” tirando a la borda, el apremiante respeto por nosotros y por los demás, esperando que el gobierno nos resuelva el problema, desde YA.
¡No somos unidos, porque aún y después de treinta años de vacíos de poder y ausencia de justicia, seguimos sometidos por una implacable delincuencia bien organizada, que nos tiene arrodillados junto con nuestros gobiernos o por medio de ellos! Por eso y por nuestra injustificada desunión ¡La criminalidad, la impunidad y la corrupción integral, debería darnos vergüenza!
¡No somos unidos, porque pertenecemos a esa horrenda cultura egoísta y ermitaña de “Dejar hacer-Dejar pasar”, viviendo un individualismo y egoísmo extremo, ¡sólo para la conveniencia de los nuestros! Sin importarnos en lo más mínimo el bien común y aceptando la ‘Cero Tolerancia’ ¡Sí!, pero sólo a lo que nos conviene.
¡No somos unidos, porque en conjunto hemos destruido sin piedad nuestro entorno personal, el social y lo peor, a la propia naturaleza de la que formamos parte y vivimos de ella, demoliéndola grotescamente y sin recato alguno!
¡Lejos estamos de ser ese México unido, porque todas y todos hemos parido, criado y alimentado sin ‘llenadera’, a ese monstruo negro que crece súbita y violentamente, sin querer entender por nuestra cerrazón, que ese amorfo ser delincuencial, al final y por su propia justicia, nos devorará inmisericordemente!
Ante estas palpables muestras de disgregación egoísta, ahora el planteamiento final es ¿Cuál será pues, la solución? Sin ambigüedades, debemos culminar refiriendo que, sencillamente, la respuesta se encuentra implícita en cada razonamiento explicativo. Por lo que ha llegado la hora de empezar ya, por pequeñas acciones en nuestros hogares; en nuestro entorno de convivencia social y material, para que, a mediano y largo plazo, se tornen grandes hechos resilientes, que revolucionen proactiva y verdaderamente nuestra tan lacerada nación mexicana ¡Claro que se puede! ¡Si tú y yo queremos, podemos hacer que las cosas buenas sucedan!
¡La unión siempre será el corazón latiente, de una nación que lucha en vocación, por su correcta y valiente transformación!
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