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Análisis del suicidio desde el punto de vista sociológico.




El suicidio, proviene del latín sui (de sí mismo) y caedere (matar). Es la “acción y efecto de suicidarse” o “la acción o conducta que perjudica o puede perjudicar muy gravemente a quien la realiza”, según la Real Academia Española. Las causas que dan lugar al suicidio son múltiples y abarcan todos los ámbitos imaginables, desde los sociales, hasta los psicológicos y psiquiátricos, ambientales e incluso culturales.

Hoy en día, a nivel mundial, también se estima que en torno a un millón de personas fallecen por suicidio al año, y se prevé que estas cifras aumentarán en medio millón más para 2020. Esto supone que en el mundo fallece una persona por suicidio cada 40 segundos. Y, a pesar de que únicamente se pueden hacer estimaciones, los intentos de suicidio podrían multiplicarse por 20.

Existen diversos grados dependiendo de hasta qué punto tenga planeada la persona el suicidio. Por supuesto, cada grado implica un mayor riesgo. Hay personas con ideación suicida pero sin plantearse la acción; los que tienen ideación suicida pero con un método inespecífico o indeterminado; aquellos con ideación con un método específico pero no planificado; y, por último, los que tienen organizado el plan completo.

Desde un aspecto sociológico, sin duda alguna, la obra de Durkheim “El suicidio”, de 1897, es y fue una de las más influyentes. Para este autor el hombre es fundamentalmente un ser social, que ha sobrevivido a lo largo de la historia viviendo y colaborando con sus semejantes, y que tiene arraigada la necesidad de pertenecer a una comunidad.

Entendiendo como “comunidad”, además del conjunto de individuos, un ente que existe por sí mismo y tiene poder.

Ésta comunidad es la que permite la organización para la existencia de los individuos, creando y manteniendo normas y valores necesarios para que dicha organización sea suficientemente firme y sirva como apoyo. De hecho, las personas necesitan tanto la comunidad como la individualidad, en otras palabras, necesitan creer en una existencia real y especial de comunidad y formar parte de ella, así como tener normas y reglas de la comunidad como soporte.

Durkheim entendía el suicidio, como “todos aquellos casos en los que la muerte de una persona es el resultado directo o indirecto de su propia acción y la víctima sabe que su propia acción producirá ese resultado”. En su obra Le suicide se relaciona el suicidio con la sociedad, por lo que la variación en las tasas del fenómeno tendrían como explicación causas sociales.

Así “no se suicidarían los individuos, sino la sociedad a través de ciertos individuos”. Es decir, mientras que el suicidio sería el resultado de factores y circunstancias individuales, la frecuencia del suicidio depende del estado moral y psicológico de la sociedad. Esto supone que las oscilaciones en dicha frecuencia sólo pueden ser explicadas por el hecho de que ciertas condiciones sociales desalientan a las personas a reaccionar ante los problemas y el dolor tratando de eliminarlos, y en su lugar se eliminan ellos mismos.

Durkheim realiza una diferencia entre los factores extra sociales, donde se encuentran los estados psicopáticos, los estados psicológicos normales (donde estudia el suicidio en relación a la raza y la herencia), los factores cósmicos (tienen que ver con el clima y las temperaturas de las épocas del año) y la imitación. Este autor realizó una clasificación de los suicidios que dependía de la relación entre la integración social del individuo y del grado de control social que se ejercía sobre el mismo.

Así pues diferenciaba entre el suicidio egoísta (caracterizado por una falta de integración social contundente), el suicidio altruista (donde la integración es tal que el colectivo resulta más importante que el individuo), el suicidio anómico (propio de sociedades con una débil regulación) y el suicidio fatalista (que aun siendo el más escaso, se produce en sociedades con una regulación extrema). Todos estos tipos conviven en la sociedad, tal y como expone Durkheim, dando lugar a una sociedad suicidógena cuando alguna de las ramas toma demasiada intensidad.

El modelo de aprobación del suicidio de Agnew, establece que las personas pueden llegar a tener una actitud positiva hacia el acto del suicidio, lo que daría lugar a un mayor riesgo. No sólo eso sino que el autor señala por un lado, que el individuo tendría menos dificultades para acabar con su propia vida si se rodea de personas que aprueban el suicidio, y por otro lado, que esa influencia que los demás ejercen sobre el individuo puede ser útil para prevenir el suicidio.

Existen otros tipos de clasificaciones como los de Jousset y Moureau de Tours, o los de Baelcher. Los primeros, tal y como expone Pinto Rodríguez establecen cuatro tipologías, todas basadas en la locura, mientras que Baelcher, tal y como explica Giner Jiménez, los clasifica según la finalidad del acto en sí.

Para Mäkinen, el suicidio debe entenderse como un fenómeno esencialmente cultural. De hecho, para este autor, las leyes referentes al suicidio, las actitudes culturales hacia el mismo y la religión, intervienen en un sistema normativo-cultural, creando así patrones de ideas que las personas usan para evaluar sus conductas y sus actos. Asimismo, establece que la cultura se crea mediante la convivencia de las personas. Se entendería como un conjunto de ideas, hábitos, pensamientos, tradiciones, normas y valores que se manifiestan como el patrón cultural de un grupo específico de personas que viven juntas, en una comunidad concreta y en un momento concreto. Incluyendo en este patrón tanto la visión y las creencias que se tienen sobre la vida y la muerte, como las actitudes hacia la autoagresión deliberada.

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