La morfopsicología, la fisiognomía, la antroposcopia o la psicología facial, que de todas esas maneras se denomina esta pseudociencia, se basa en la idea de que la cara y la cabeza dicen algo sobre la personalidad de una persona, su capacidad actual y su potencial de futuro. Para sus valedores el rostro refleja la historia personal de un individuo y mediante la realización de medidas cráneofaciales se pueden explicar las razones psicológicas para las distintas acciones que ese individuo emprende. La cara -dicen- puede explicar el pasado, el presente y el futuro como si fuera una plastilina con poderes mágicos.
La morfopsicología se refleja en la mal llamada «sabiduría» popular, una serie de perogrulladas, catetadas y lugares comunes a menudo contradictorios entre sí donde se repiten frases como «la cara es el espejo del alma» o «a partir de los 40 años, cada uno es responsable de su rostro». No es así o es mínimamente así, podremos tener más arrugas en los ojos si reímos con ganas y con frecuencia, o en la frente si fruncimos el entrecejo, pero nuestra estructura facial está muy definida desde la primera infancia. Llegar como hacen algunos morfopsicólogos a identificar criminales por sus características faciales nos retrotrae a Lombroso y sus criminales natos, a un absurdo sin base científica.
La morfopsicología tuvo un inicio decente pues fue planteada, sin evidencias, por algunos de los filósofos griegos pero perdió su escasa reputación en la Edad Media cuando empezó a ser practicada por charlatanes ambulantes que iban de feria en feria ganando unas monedas. Revivió en el siglo XVIII cuando el poeta suizo Johann Kaspar Lavater la popularizó con el nombre de la ciencia de la fisiognomía pero su asociación a la frenología, que afirmaba poder conseguir la misma información ya no de la cara sino de los bultos y huecos del cráneo, demostró de nuevo su carencia de base.
Aun así, estuvo a punto de cambiar la historia de la ciencia: Robert FitzRoy no quería aceptar al joven Charles Darwin como pasajero en el Beagle porque, según él, su nariz no demostraba una personalidad con suficiente energía para aguantar aquel largo viaje. El no disponer de mejores candidatos y un entrecejo mucho más positivo hizo que el joven naturalista se embarcara, que viera huesos de animales extintos en la Patagonia y pinzones diversificados en las islas Galápagos y así, a pesar de aquella napia tan poco prometedora, la evolución fue explorada, investigada y teorizada.
Desde el siglo XIX la morfopsicología es considerada una pseudociencia y los únicos que la defienden en la actualidad son los que ganan dinero con ella y los que lo pagan. Una búsqueda en PubMed, una de las principales bases de datos de publicaciones científicas con millones de artículos, encuentra solo siete dedicados a la morfopsicología, todos en francés, y el más reciente de hace cuarenta años, de 1977. Para la ciencia, la morfopsicología es un camelo. Aun así se utiliza para cosas importantes como la selección de personal, incluyendo la adecuación al puesto de trabajo, al jefe, al equipo, a la cultura organizacional y se buscan en el rostro características tales como el grado de fiabilidad para puestos estratégicos o el nivel de honestidad.
Los psicólogos faciales dicen que pueden sacar todo esto de unas fotografías y para salvaguardar su negocio insisten en que el sentido morfológico, esa supuesta capacidad para identificar el perfil psicológico de una persona viendo su rostro, no es algo que venga de la nada sino que requiere un aprendizaje, formación especializada -impartida y cobrada por ellos, por supuesto- y agudas dotes de observación.
Estos charlatanes dividen el rostro en áreas: la parte superior (frente y ojos) sería el campo de la mente y el pensamiento; la región central (nariz y mejillas) mostraría los intereses emocionales y sociales y sería un mapa de nuestras relaciones personales; y la zona inferior (boca y mentón) revelaría los instintos, la energía vital, los impulsos y la sensualidad. Para hacernos idea del sinsentido, algunos morfopsicólogos clasifican las caras según la teoría de los humores de Hipócrates, abandonada hace más de quinientos años, y habría rostros linfáticos, biliosos, sanguíneos y nerviosos. Por poner un ejemplo, los biliosos tienen caras anchas, suaves y relajadas; pueden trabajar duro y esforzarse pero necesitan descansar cada cierto tiempo; son metódicos, ordenados y prácticos, pero también lentos. En la vida emocional, el que tiene rostro linfático es un buen marido y una persona fiel. No me lo he inventado, aparece en páginas actuales de gabinetes de morfopsicología. Algunas personas hacen dinero con estas cosas y otros toman decisiones en función de lo que estos individuos les dicen. Los morfopsicólogos dicen que permite dar consejo personal, completar los procesos de reclutamiento, hacer «coaching» y acompañar en el desarrollo personal y profesional. ¡Qué tristeza tanta pseudociencia!
Cuando se ve el método de trabajo de estos pseudoprofesionales es patente la carencia de criterio, dicen que sus técnicas ayudan a completar la intuición que el empleador tuvo durante la entrevista y otras cosas que suenan a confirmar los prejuicios propios. El análisis es de una simpleza estulta: observan la cara en conjunto (forma general, proporciones, grandes rasgos) y luego van recorriendo con más detenimiento las principales partes (frente, ojos, nariz, mejillas, boca, mandíbula, mentón). Para los creyentes de este mito las distintas partes del rostro están relacionadas y no se puede aislar una parte de la cara y empezar a llegar a conclusiones. Lógicamente hay que justificar que esto solo lo pueden hacer los expertos.
Aunque no tiene mucho que ver con este engendro de la morfopsicología, hay unos pocos estudios que relacionan el rostro con alguna característica de la personalidad. Según Steven Arnocky de la Nipissing University en Canadá, los hombres y mujeres con caras más anchas tienden a tener una motivación sexual mayor y un deseo superior a las personas con otra estructura facial.
La medida utilizada es la proporción anchura-altura, el resultado de dividir la distancia entre los huesos zigomáticos y la distancia entre el labio superior y el entrecejo. Los hombres con rostros más cuadrados, y por lo tanto con mayor ratio, tienden a ser percibidos como más agresivos, más dominantes, menos confiables, más dispuestos a correr riesgo, con menos ética y más atractivos como parejas ocasionales que personas de la misma edad con rostros más finos y alargados. Se cree que las diferencias en las proporciones faciales se pueden deben a variaciones en los niveles de testosterona en momentos particulares del desarrollo como la pubertad, pero es algo discutido. Hay que ser muy prudentes con estas ideas.
Chris Chambers, un psicólogo de buena reputación, ha escrito Los siete pecados capitales de la psicología, (Princeton University Press, 2017). Para el autor, la obra nace de su profunda frustración con la cultura actual de la psicología: «las ventanas están sucias y opacas, el tejado tiene goteras y no aguantará la lluvia mucho tiempo, en el sótano viven monstruos». Chambers dice que ha llegado a la conclusión de que si no cambian las cosas, la psicología irá perdiendo peso como ciencia de buena reputación y podría llegar a desaparecer. Si ignoramos las señales de peligro actuales —dice— en cien años o menos la psicología puede seguir el camino de otras aventuras del conocimiento que se fueron por el fregadero como la alquimia o la frenología. Si una ciencia no cuida su base científica, la solidez de sus metodologías y sus principios éticos, está en grave riesgo. Un ejemplo de lo primero es la pervivencia del psicoanálisis, una pseudociencia cada vez más desprestigiada pero también las bioneuroemociones, las constelaciones familiares y todo este catálogo tétrico y repulsivo de sinsentidos y timos. La morfopsicología es otro de ellos.
Por otro lado, pienso que la psicología es una ciencia joven, enormemente prometedora, necesaria; es un orgullo y un honor trabajar con ellos, los psicólogos, en proyectos multidisciplinares pero ellos deben ser capaces de denunciar esa parte oscura, esas manzanas podridas que tanto daño hacen a su carrera y a su profesión. Estoy seguro que lo saben y lo sabrán hacer.
Informacíon de: El blog de José Ramón Alonso
留言