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Religiosidad organizada


Mtro. José Carlos Hdez. Aguilar

Especialista en Sistema Penitenciario

y Delincuencia Organizada.



Por su interesante etiología psico-socio-criminológica, en éste sucinto análisis nos enfocaremos en la llamada Religiosidad o Santería del Crimen Organizado, tan arraigada en nuestro país.


Una de las características ontológicas de ese mundo delincuencial, es el apego a la religiosidad popular, principalmente la católica. Contextualización de fe que, de entrada, pretende ser un fuerte sincretismo entre Dios y la ‘sana justificación’ en los actos delictivos de esas estructuras antisociales, con particularidad, las del narcotráfico.


Diremos pues, que la creación espiritual de la delincuencia reviste cuatro connotaciones psicológicas de gran impacto emocional:

  1. La adhesión en fe, a una creencia superior protectora, que es la única que no les va a fallar y en quien pueden confiar sus más íntimos secretos.

  2. La expiación de sus propias culpas, a través del perdón de Dios; de los santos oficiales como San Judas Tadeo, el Sagrado Corazón de Jesús o bien, la santimonia creada por ellos mismos.

  3. La fuerte necesidad de una entrañable protección familiar o una funcional figura de autoridad, de la que se ha carecido toda la vida.

  4. En contextos de crimen y violencia, el cliché de religiosidad promueve una idea de justicia muy ‘sui generis’ y esperanza a pesar de la maldad de sus actos. En otras palabras, es darles a sus acciones destructivas, un fuerte dejo de bondad a través del supuesto apego a un ser supremo y de las constantes obras altruistas o de caridad, para con las personas más necesitadas o asociaciones civiles.

Es digno de comentarse que dentro de esas cuatro visiones de confort ideológico, existe mucha gente que no participa en ese mundo criminal, pero que le resulta más cómodo encomendarse también a uno de estos santos apócrifos que -desde su ‘virtud glorificada’ y sin mayor problema-, apoyan desde ese ‘paraíso’ toda anarquía o acto antisocial, en vez de confiar en otras estructuras establecidas de espiritualidad, como el cumplimiento de obligaciones devotas que mandata cualquier religión y más en estos tiempos, donde la autoridad moral eclesiástica casi se encuentra extinta. Por eso, el narcotráfico y el sicariato, son el fruto amargo de una sociedad ya normalizada en el crimen, convalidándolo desde sus entrañas, cuyas élites de poder se ocuparon de lo político, lo económico y la corrupción integral, dejando lo social, lo familiar y la religión en manos de la caridad.


En correlación con nuestro estudio, es importante destacar que actualmente la violencia social es tan excesiva que ha superado el instinto de auto-preservación de las personas adolescentes y jóvenes, que ya están programadas de que morirán a temprana edad y como parte de ese ejército desechable del crimen organizado: una realidad virtual o videojuego, que finalmente ya no lo es tanto. Pues en éste incongruente clima entre lo bueno y lo justificadamente malo, da inicio a un natural y supuesto acercamiento a Dios en contraparte con la muerte, que ya es parte de la piel de una sociedad que vive en una doble moralina. En la película colombiana No Futuro, “El Alacrán” reflexionaba: “¿Será vida ver la muerte tan de cerca o será muerte vivir tanto?


Con una estética infractora de la ley que muestra el exceso y la ostentación como formas soberbias de poderío, así como con un vulgar repertorio simbólico de una buena parte de un ‘pueblo criminal’, existen incontables expresiones literarias, musicales, visuales y rituales de esa religiosidad organizada: las narco-novelas, la música alterada, las películas y series televisivas, donde por añadidura se labra el fenómeno de la santería no oficial, como el cada vez más arraigado culto a la Santa Muerte, a Jesús Malverde, a Nazario Moreno, a Satanás y hasta al propio “Chapo” Guzmán. Devociones espirituales torcidas, que han evolucionado de manera impresionante, dando pie a nuevas prácticas anárquicas, así como a la férrea posesión de lugares y elementos católicos, como panteones, capillas, expiatorios, efigies, escapularios, etc.


Otros grupos delictivos, prefieren una figura femenina como la Virgen que -en sus turbios negocios-, maternalmente les ama, les comprende y al final, hasta les perdona cualquier cosa, levantando suntuosas ermitas y templos en su honor, muchas veces con la complacencia del clero local. ¡Pero el asunto no termina ahí! El comercio formal e informal que no pierde oportunidad, vendiéndoles todo lo que mágicamente sea posible para su ‘protección’ personal, familiar y hasta la de su grupo criminal. Extendiéndose por añadidura, el fervor por esos objetos protectores al resto de la población, que también está ávida de respuestas y soluciones inmediatas bajadas ‘del cielo’.


Hay que saber que, entre los narcotraficantes también existen jerarquías en su pasión religiosa y dependiendo del lugar geográfico o nivel que se ocupe en la estructura criminal, es el santo al que se encomiende. De ahí que no todos los Cárteles mexicanos sean devotos a la Santa Muerte o simplemente, existen otros, que no tienen absolutamente ningún afecto por alguna simbología religiosa.

En ese rubro de apocrifología santoral, hay adoradores a la figura de Jesús Malverde, principalmente entre los grupos del norte de México. Éste pseudo-santo (1870-1909) era un asaltante sinaloense, que supuestamente lo que obtenía de sus botines lo repartía entre los más pobres.


Su advocación empezó cuando Julio Escalante, un traficante de drogas de esa entidad, ordenó matar a su propio hijo por haber hecho negocios sin su consentimiento. El joven Raymundo Herido de bala y agonizando en el mar, suplicó en ‘oración’ a Malverde su ayuda y casi al instante fue salvado por un pescador. Por lo que, a partir de entonces se empezó a difundir la creencia en ese bandolero entre el mundo del narco. Actualmente se sabe que existen más de trescientas capillas en su honor, distribuidas en algunos caminos vecinales; en rancherías y caseríos serranos; en sembradíos de marihuana y opio. Se han impreso millones de retratos de él, en escapularios, cintos, esculturas, monturas de caballo y miles de objetos de ornato campirano, que son usados no solamente por los narcotraficantes del norte del país, sino por muchas personas ajenas a ese contexto delincuencial.


En otra región del país, el Cártel de “Los Caballeros Templarios”, fue fundado por el michoacano Nazario Moreno González, alias “El Chayo” o “San Nazario” (1970-2014). A éste criminal se le atribuye haber creado una narco-hermandad, en la que mezclan elementos religiosos y códigos secretos combinados con prácticas criminales a sangre fría. Su leyenda cuenta que oía voces del cielo que le indicaban lo que tenía que hacer. Por su alto narcicismo y egocentrismo, Nazario llegó a sentirse con poderes y facultades divinas, que hasta creó su propio ‘evangelio’. Por eso aún después de muerte, su admiración ‘santificada’, sigue siendo muy latente en los estados del centro del país, construyéndosele una capilla en el pueblo de Holanda, Apatzingán.


En esa necesidad de perpetuar la figura heroica y santísima de los liderazgos criminales, en algunas comunidades del llamado “Triángulo Dorado”, se ha iniciado una veneración deidificada por Joaquín “El Chapo” Guzmán, erigiéndole en su honor, capillas en brechas, ranchos ordinarios o en los de siembra de enervantes, así como la inspiración de novenas y rezos para pedir la intercesión del famoso capo nacido en la Tuna, Sinaloa en 1957.


En los estados de Durango, Coahuila, Nuevo León y algunas serranías de Sinaloa y Chihuahua, se venera al vidente José Fidencio Constantino Síntora alias “EL Niño Fidencio” (1898-1938). Este personaje nació en Irámuco, Gto, y por sus hechos de sorprendente curanderismo, sus seguidores fundan la iglesia fidencista cristiana, a la que muchos criminales de esas regiones, se han vuelto sus más fieles adeptos.


Ahora bien, el tema de la muerte en la cultura mexicana se ha convertido en una gran festividad y una mercadotecnia sin parar, de la cual también es protagonista el crimen organizado, compensando así las carencias de amor y protección, bajo el amparo de la protección mística-mortuoria, principalmente de las y los jóvenes asesinados.


De ahí la re-apropiación del fanatismo a La Santa Muerte. Sabemos que su culto no es nuevo ya que nace con la pre-hispanidad misma, sin embargo, desde principios del siglo XX su devoción se ha acentuado rápidamente, principalmente por la difusión en los barrios y mercados de Tepito, Morelos y Sonora, todos en la ciudad de México. Su idolatría se ha extendido a los Estados Unidos, Centroamérica, Sudamérica y hasta partes de Europa y África. Su nombre es camuflajeado por el de Santa Niña, Niña Blanca, La Señora, La Jefa, La Madrina, La Comadre, Flor Blanca del Universo, etc., dándosele más poderes virtuales que a la propia Virgen María.


Aunque es la menos fuerte, existe otra corriente de la idiosincrasia espiritual en el cosmos delincuencial, como es la adoración por El Satanismo, conceptuándolo como el conjunto de creencias, rituales, fenómenos o hasta prácticas abyectas relacionados con la figura del demonio, en cualquiera de sus manifestaciones y que pueden traer consecuencias antisociales. En México tenemos varios casos de delincuentes ligados a esos dogmas sombríos, algunos tristemente célebres como los “Narco-satánicos” Sara Aldrete y Adolfo de Jesús Constanzo, quienes eran los "Padrinos" dentro de ese grupo anómico. En 1989 secuestraron y privaron de la vida al estudiante universitario de Texas, Mark Kilroy, mientras estaba de vacaciones en México. De la misma forma, mataron a muchas personas más en rituales satánicos con alto contenido violento y en donde practicaban en ellas canibalismo o también llamada antropofagia criminal, la cual es una conducta psicótica de destrucción y desaparición total del ser humano, comiéndose partes u órganos esenciales del cuerpo de la víctima, como acto de dominación; de pertenencia o deseo que la víctima ‘siga viviendo’ para siempre dentro del sujeto activo. Constanzo fue asesinado por la policía cuando intentaba huir en 1989, y Sara Aldrete sigue en prisión en Santa Marta Acatitla, cumpliendo una condena de 62 años.


Finalmente podemos concluir que, con fundamento en muy serias investigaciones de campo -obviamente con datos no gubernamentales-, el 85% de las personas que pertenecen a la delincuencia organizada (capos, mandos y el resto de empleados de los Cárteles), son fuertes devotas a alguna de las figuras religiosas mencionadas; ya sean del catálogo de los santos oficiales como San Judas Tadeo, San Isidro Labrador, el Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen de Guadalupe, etc. O bien, los de la santería apócrifa que ya hemos analizado detalladamente. Como dato sumamente destacable, es de mencionarse que, de ese porcentaje de fervor religioso, tres cuartas partes corresponde a los hombres y el resto a las mujeres. ¡Éste impresionante resultado no es casual o circunstancial! Alguna necesidad protectora individual es urgente en cada persona que aglutina a dichos grupos criminales o una sed de perdón de sus propias culpas se hace latente de manera permanente.


Ante tanto espiritualismo encriptado en laberintos mentales delirantes, ¡Es inconcebible la grotesca paradoja de querer santificar la violencia, criminalizando la verdadera fe de una gran parte de un pueblo dolido y por otro lado, olvidando que los cuerpos inertes de millones de personas asesinadas se han convertido en un horripilante y sanguinolento lienzo, que retrata fielmente la inmundicia y mediocridad de esa misma sociedad, que burlescamente ha permitido desde sus entrañas, el Señorío de una maldad que no conoce límites; que destruye todo a su paso multiplicando su sed y vorágine de odio, contra lo más sublime que brinda la naturaleza humana: ¡LA VIDA!


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